En todas las circunstancia de la vida, así como en
las personas que ha perdido a un ser querido, nos encontramos con tres
actitudes que son: VICTIMA, SALVADOR Y
VERDUGO.
Entrar en un código ético de sanación implica saber
cuál de estas tres actitudes estamos nosotros a través de un método de
auto-escucha que es observar en cuál de las tres estoy.
Con la VICTIMA generamos atención de los demás,
vive convencida de que algo hizo mal, de que quizá, si hubiera hecho, actuado,
haber estado más atenta, si en vez de esto o lo otro, si me hubiera fijado más,
no me di cuenta, etc.etc. Pero la persona en evolución, se debe de desenganchar
de este victimismo, se tiene que intentar ver que hay detrás del dolor y así
nos podemos dar cuenta de que es lo que ocurre, para no caer en esa situación
de esperar que los demás me den lo que me hace falta. La Víctima se muestra con
los miedos irracionales. Son personas que no solo aceptan ser rescatadas, sino
que refuerzan nuestras conductas y comportamientos rescatadores, al menos al
principio. Generalmente se siente que la tratan mal, piensa que todos abusan de
su “nobleza” se siente incapaz. Muchas veces “se hace” o finge ser víctima, sus
frases suelen ser: “eso yo no puedo”, “no soy buenos para esto”, “hazme tu
esto, tu eres bueno en eso”, “me resulta imposible”, ”quisiera morirme de pena”
“porque a mi” etc. Su sentimiento crónico es de tristeza, puede quedarse
hundida en un sillón, en la cama, viendo la tele por tiempo indefinido, sus platicas
van siempre acompañadas de pesimismo, de quejas y de melancolía. No se puede
cambiar a las personas, cuidar y rescatar a los demás a veces es una manera de
escapar de nuestros problemas. Esta conducta está basada en una premisa falsa,
ya que no se puede cambiar a las
personas, desde luego que las personas cambian, pero lo hacen cuando ellas
quieren, cuando llega su momento y cuando están preparadas para hacerlo.
Adoptar el papel de víctima es tremendamente sencillo, la víctima se regodea de
su propio dolor y le saca partido, resulta difícil aceptar que hay rabia por
debajo de la aparente debilidad de la víctima.
En lugar de victimismo, nos potenciamos, casi nunca
somos responsables de lo que nos toca vivir. Cuando una persona decide adoptar
una actitud activa frente a las dificultades y elige utilizar sus recursos,
comienza a experimentar su propio poder para hacer frente a las circunstancias
más adversas. Quien se siente víctima atrae a perseguidores o verdugos y
salvadores y entra en un circuito doliente, quien asume la dirección de su
vida, aun en los momentos difíciles, encuentra apoyos y aumenta sus propios
recursos de afrontamiento.
Con el VERDUGO,
es el que todo lo juzga, incluso a sí mismo, es el que descrimina a los demás y
puede acabar consigo mismo, es el que martiriza a los demás y a sí mismo. El
Verdugo se muestra con la rabia y con la cólera, asedia, maltrata y manipula.
Pueden ser agresivos verbalmente, su sentimiento crónico negativo es el coraje,
la ira y la inseguridad. Resulta difícil admitir que uno está siendo controlado
por sus deseos vengativos o simplemente con el fin de soltar rabia acumulada.
En lugar de Verdugo o Perseguidor debemos de poner límites y proteger, es decir
expresar clara y serenamente lo que nos molesta, canalizamos nuestra rabia, o
esperamos que se nos pase antes de actuar, manifestamos nuestro enfado con
palabras, hacemos peticiones firmes y concretas y no abusar de la
vulnerabilidad. Es tratarles como nos gustaría ser tratados cuando actuamos mal
o cometemos errores.
Y, con el SALVADOR,
estamos ayudando a los demás y puede llegar a creer que les salva de algo, a
alguien o que es imprescindible, pero luego se queja si no obtiene alguna
recompensa a cambio de su “ayuda”, por lo que entonces se siente víctima, y
estos papeles de salvador, víctima y verdugo se suelen intercambiar y se suelen
interrelacionar. El Salvador se muestra con el apego. Salvar es ofrecer una
ayuda que ni es saludable ni es oportuna, pero se hace porque así uno puede
mantener una autoimagen de bondad y entrega. Resulta difícil admitir que detrás
de muchas ayudas “desinteresadas” hay una necesidad de hacerse necesario y un
alto nivel de orgullo y autocomplacencia, por eso es fácil que pase
desapercibido a la conciencia, notaremos que hay un salvamento en lugar de una
ayuda porque el salvador, antes o después persigue a quien salvó, mientras que
la ayuda genuina se da gratuitamente y sirve para aumentar los recursos del
ayudado, el salvamento hace al ayudado más dependiente de la ayuda y más
exigente con respecto al ayudador. Cuando ayuda y se interesa por los demás, el
Salvador transmite de manera no verbal un mensaje parecido a este:”Yo estoy
bien por ayudarte, tú estás mal por necesitar mi ayuda”. Cuando alguien se
sitúa en la posición de Salvador experimenta gran preocupación por los demás,
se adelanta a sus necesidades, insiste en ayudar, aconsejar y orientar, se
siente muy feliz de que le necesiten y le agradezcan sus afanes y, a pesar de
que nota que algo no va bien o que empieza a cansarse, sigue esforzándose y
comienza a pensar que la gente es egoísta y desagradecida. En lugar de salvar
tenemos que permitir, es decir, nos aseguramos de que el ayudar, estamos
fomentando que la otra persona se sienta apoyada para actuar por si misma,
explorar sus recursos y asumir la dirección de su propia vida. Le estamos
permitiendo crecer para que pueda hacer frente a las frustraciones y
dificultades de su existencia. Hay que dejar de ayudar cuando notamos que nos
están entrando ganas de empezar a perseguir
Dentro de este triángulo deberíamos colocarnos en el
centro de los tres vértices, darnos cuenta si estamos juzgando, si estamos
salvando o vamos de víctimas, tenemos que aprender a escucharnos a nosotros
mismos para poder estar en el centro del triángulo puesto que allí está el
AMOR.
Nuestro rol aquí, es trabajar estos aspectos, ir
dándoles consciencia; no corregirlos porque están impresos fuertemente en
nosotros, en nuestra memoria celular arquetípica, están metidos en nuestra red
celular; por eso nosotros trabajamos en el cuerpo etérico; como la célula está
tan intoxicada, intentamos desde el cuerpo etérico echarle un cable y
liberarla.
En este camino que hemos emprendido vamos
comprendiendo, desde el corazón, en qué situación estamos, para ir elevando la
consciencia; y cuando ya sabemos cuál es la responsabilidad, si estamos en la
renuncia o en el servicio, o si estamos en el salvador, o en el verdugo, o en
la víctima, ese pequeño atisbo de elevar la conciencia de cada uno, nos permite
adquirir un compromiso. El compromiso es la convicción interna, aquello que te
mueve, es el motor, lo que es móvil dentro de uno, lo que realmente te está
motivando.
El apego, la cólera y el miedo dan vida a estos tres
personajes que inconscientemente interpretamos: el salvador, el verdugo y la
víctima.
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