Pero que distinta en la Navidad cunado nos falta
algún ser querido.
Ver esa silla vacía del ser que hasta hacía poco estaba
celebrándolo con todos.
Esos sentimientos, celebraciones, emociones,
desparecen de golpe, cuando falta alguien, ya no es lo mismo.
Y cuánto cuesta volver a sentir algo parecido a
cuando estaban ellos.
Es un cambio bestial, hay un antes y un después.
Yo ya son 11 años sin mi hijo y aunque lo tengo más
que aceptado, sigo sintiendo una tristeza el no poderlo abrazar como antes.
Mi experiencia me dice que poco a poco podemos
recuperar esos sentimientos que
perdimos, ya no va a ser lo mismo, pero ahí estamos, y además cada vez habrán
más sillas vacías y he podido transformar ese dolor en AMOR y así la pena es
más llevadera.
Además me he dado cuenta que no somos eternos y cada
vez iremos faltando más, pero nuestra vida continua y también vienen otros y mi
trabajo ha sido llenar mi paz interior para poder llegar a la felicidad que de
alguna manera la vuelvo a sentir (distinta, claro, pero si, la vuelvo a
sentir).
Este duelo, como todos los duelos, es un proceso de
experiencia, de aprendizaje, de perdón con uno mismo y con los demás y de
transformación y transmutación en AMOR y cuando ves que lo vas consiguiendo te
llena de luz, paz y armonía y puedes llegar a sentir esa Navidad de una manera
diferente pero verdadera, por lo menos a mí me ha sucedido y creo que a muchos
más les puede llegar a pasar.
Por muchos motivos, mi crecimiento ha sido
grandioso, y he aprendido que de todo lo que nos sucede se puede sacar provecho
si lo sabemos encaminar y así vamos evolucionando.
Así que seguiré celebrando la NAVIDAD.