Ante la pérdida de un ser querido, lo primero que
notamos es “dolor”, un dolor inmenso porque es como si nuestro ser se rompiera
de repente en miles de pedazos, es un dolor emocional, psíquico, nos lleva a
una profunda tristeza que nos acompañará siempre, esa pérdida nos produce un
caos que nos revoluciona todo nuestro sistema, es como un arrancamiento del
alma, de los más profundo de nuestras entrañas, nos duele el cuerpo, las
emociones, los sentimientos…. Nos duele “todo”.
Pero ese dolor lo podemos vivir y a la vez
transcenderlo, transmutarlo y convertirlo en AMOR, todo lleva su tiempo.
En cambio el sufrimiento va un paso más allá, según
la actitud que tengamos hacia ese dolor o el significado que le demos, esa
tristeza que llevamos encima la podemos
convertir en una depresión que involucra otros sentimientos (enojo,
inseguridad, desesperanza, pensamientos como: “Es injusto”, “no me lo merezco”,”
Porqué a mí” etc.)
El sufrimiento es a veces masoquista, se aferra a
repetir y se hace adicto a ese malestar y preferimos sufrir a aceptar.
El dolor esta en contacto con lo que sentimos, con
la carencia, con nuestra esencia. El dolor es dramático y el sufrimiento es silencioso, interno, propio, es un estado de soledad. El
sufrimiento pude generar una mezcla de emociones negativas intensas. El dolor solo
quiere aceptación.
Todo depende de la actitud que tengamos frente a ese
dolor y me quedo con una frase del escritor y piscoterapeuta “Alejandro Jodorowsky”
que dice: “El dolor es un aspecto inevitable de nuestra existencia, mientras
que el sufrimiento depende de nuestra reacción frente a ese dolor”.
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